El feminismo que nos ha tocado vivir

Vivimos la tercera o la cuarta ola feminista, depende de dónde busques o a quién preguntes. Y cuando hablan de olas me imagino el mar, el agua formando una corriente inmensa, poderosa, que acaba rompiendo en la orilla, en forma de espuma que desaparece. ¿El movimiento feminista existe para acabar desapareciendo o, por el contrario, vivirá con nosotras para siempre? ¿Vivimos ya en un mundo igualitario? ¿Es el feminismo moderno demasiado «radical»?.

Dice la RAE en su definición que «radical» significa «perteneciente o relativo a la raíz», «fundamental o esencial», «total o completo», «partidario de reformas extremas». El feminismo es, sin lugar a dudas, perteneciente o relativo a nuestra raíz humana, a nuestra esencia como mujeres, y a vuestra esencia de hombres. El movimiento feminista habla de política, de economía, de justicia social, y también debería hablar de cultura, de religión, de género, por lo que es un movimiento total o completo. La cuarta acepción es la que se aproxima al cada vez más extendido término de «feminazi», sin embargo, el nazismo, según la RAE, es otra cosa.

Creo que un movimiento que pretende cambiar el mundo entero, tal y como lo conocemos, no puede ser otra cosa que partidario de reformas extremas, pero nada tiene que ver con el nacionalsocialismo, ni con el totalitarismo, ni con el racismo ni con la muerte, sino más bien con la vida, con una nueva para mujeres y hombres de todo el mundialsocialismo.

Y es que no hemos podido elegir el mundo en el que nos ha tocado vivir. No pudimos elegir pertenecer a la primera ola, o a la segunda. Tampoco pudimos elegir ser hombre o mujer, nacer en África o en Alaska, y esa elección que la vida hace por nosotras es absolutamente radical, completa, fundamental y perteneciente a nuestra raíz. Lo más básico, lo más esencial de nuestras vidas, no pudimos elegirlo.

Y nos pasamos el resto de nuestra existencia eligiendo en base a eso, a ser mujer o a ser hombre, condicionadas, para siempre, por nuestro sexo. Y cuando no aceptamos los roles que a nuestro sexo le impuso el género, luchamos contra ellos, nos deconstruimos, y entonces elegimos ser partidarias de reformas extremas, porque no puede ser de otro modo, porque no se puede deconstruir toda una existencia no elegida con reformas moderadas.

Elegimos ser chicas azules o chicos rosas, desafiando los cuentos. Esos cuentos en los que los príncipes no lloran y las princesas se salvan con besos de amor eterno.

Pero todas esas decisiones tienen consecuencias, rompemos con la raíz humana que ha sido construida durante generaciones y generaciones, y nos perdemos, y no sabemos encontrarnos, y sólo puede ayudarnos aquella que también se deconstruyó. Que se salió del camino que le habían marcado para caminar por uno nuevo, pero esta vez sin señales, sin carteles luminosos, sin pistas, sin nada. Y no es fácil, y nos perdemos, y no sabemos encontrarnos.

No es fácil, pero es necesario, porque no vivimos en un mundo igualitario, sino en uno condicionado por la esencia de lo que nos ha tocado, y no hemos podido elegir.

«El feminismo que nos ha tocado vivir».

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