MI CAJA DE RECUERDOS

Hoy he vuelto a abrir la caja de lo que fue y ya no es que guardo debajo de la cama en la habitación en casa de mis padres.

Lo que fue mi abuelo y su cachava jugando a la pelota en el pasillo de una casa que ya tampoco es. Lo que todavía es una carta que me envió a mis primeros campamentos, diciéndome que me quería mucho. Lo que fue mi abuelo, lo que ya no es. Lo que sigue siendo el amor infantil de una nieta que no olvida sus recuerdos.

Lo que todavía es aquella carta a los reyes que ya sabía que iban a leer mis padres. Lo que era abrir los regalos debajo del árbol cuando mi hermano y yo aún dormíamos en la misma casa. Lo que nunca más fue la ilusión de una niña que creía en la magia de la navidad. Lo que sigue siendo esperar el chocolate con churros cada 6 de enero por la mañana para abrir juntos los regalos. Lo que fue y sigue siendo hogar.

El que ya no es mi novio, pero fue el primero. Las notas que nos enviábamos en clase y que todavía son, guardadas en esa caja. Dos entradas de la única vez que fuimos al cine. El sudor de manos entrelazadas con nervios infantiles. Algunas fotos de mi viaje a la nieve con el colegio. Cartas con esas amigas de campamento que lo iban a ser para siempre y no lo fueron. Notas adolescentes con amigas que siguen siendo. Un diario lleno de recuerdos. Una revista «loka» y otra «super pop» que esconden tardes de piscina y descubrimientos.

Dos bandas de graduación. Una de cuando acabé derecho y me sentí la persona más perdida en el universo. Otra de cuando viví por tercer año en una residencia que me ayudó a soñar de nuevo. Noches de conversación para arreglar un mundo que por aquel entonces nos sonreía. Tardes que de nuevo compartimos en una azotea, con quien nunca dejó de ser familia.

Un bote que todavía es, de aquellas uvas que nos comíamos tú y yo el 22 de diciembre antes de volver a casa, para sentir que empezábamos el año juntos. Esas uvas que ya no son. Esas manos que se escondían debajo de una manta. Aquél adiós al subirme en el último autobús de una noche de Madrid que nunca volvió a ser.

Una rosa que me regalaste por mi cumpleaños y que todavía es, ahora disecada. Aquellas postales del camino de santiago que querían convencerme de que te eligiera a ti. Un mono de peluche gigante que me sigue abrazando el frío. Un calendario con fotos de sueños que se apagaron bajo las estrellas.

Un viaje a Perú con olor a tu camiseta. Una ciudad que fue y ya no es. Noches de conversación y chela. Un beso que se perdió en una calle de Santander, una tarde que ya no volverá a ser en París.

Un nuevo mapa del mundo que ahora ocupa mi maleta.

Lo que pudo ser y no fue.

Miro a mi alrededor y veo mis cuentos de princesas, mi baby born que no quise regalar a nadie. Un peluche de oso que me regalaste a pesar de que te dije que no lo hicieras.

Mil recuerdos que fueron, o que pudieron ser, guardados en cada rincón.

Miro a mi alrededor y recuerdo a mi hermano jugando con una barbie, a Paula interpretando Romeo y Julieta. A mi madre, que ya no me hace las coletas.

Mil recuerdos guardados en esa caja que seguiré llenando de lo que algún día será, para dejar de ser.